lunes, 5 de diciembre de 2011

Las horas a tu lado pasan tan rápido... Anochecemos abrazados, amanecemos bajo el manto de la tenue luz de la mañana, y lentamente se dibuja en tu rostro una sonrisa, que a deshora afirmarás que no es nada más que una reacción, que a la vez no se ilumina tu mirada ni sientes tintineo en tu interior... Me enloqueces.
Desatas mi rebeldía, aflojas mis sentidos, amenas mis latidos... que estremecidos juegan entre tus brazos.
Entibias el café y mientras me sonríes, me preguntas que querré para comer y me acaricias con la mirada.
Odio querer odiarte, porque eres lo mejor que me pasa al acabar la  jornada, lo más bonito que tengo cuando despierto en otra cama, eres todo aquello que logra desordenar mi caótico mundo... odio tu forma de cerrar tus deseos, de verme como un cuerpo desnudo, al que no darás amor nunca, al que jamás besarás con los ojos ciegos de pasión...
Mientras  me hago la dormida me acaricias como nadie lo ha hecho, me abrigas y, al despertar, sigue tu firme postura de no amarme, de no mezclar tu corazón en esto y, yo me pregunto, ¿De qué tienes miedo?
Es fácil engañarte... puesto que aunque sonrío al acariciarte (cuando me pides como un niño que te acaricie de ese modo que tanto te gusta) sin que me veas, aún crees que no desatas nada en mi mirada.
No te asustes, no te quiero, pero asume que esto ha llegado mucho más lejos de una cama en la que jugamos desnudos.





-Tatiiuru.